Ésta es la friolera. Ni más ni menos.
El total que se le debe al ser más increíble de todos los tiempos, al sustento de mi vida, a la persona que se ha hecho cargo de este pobre desde hace aproximadamente siete meses. Y digo pobre con todas las de la ley. No por la situación actual, sino por toda la trayectoria que se ha venido sucediendo desde que tengo uso de razón. El best seller de Robert T. Kiyosaki, Padre rico, padre pobre, me ha abierto los ojos sobre este asunto. El libro no se ha convertido en mi Biblia y ni mucho menos el autor en mi Dios, pero si me ha dado muchísimas pistas de todos los errores cometidos y lo que no debería de seguir practicando si quiero que en un plazo corto de tiempo la tortilla se gire a mi favor, por fin.
Ayer después de comer, como cualquier otra tarde de verano en el que estamos sumergidos muy felizmente J y yo, nos dispusimos a echarnos nuestra siesta de rigor. Durante la comida habíamos estado elucubrando sobre la cuantiosa cantidad que debo devolverle en algún momento de mi existencia. Él, como siempre, se reiteraba en "tranquilo, ya se verá y ya me lo devolverás poquito a poco".
Al acostarnos, mi cabeza empezó a girar como una turbina, o como una noria, que me gusta más, pensando en ello. ¿A cuánto había ascendido toda esa ayuda?, ¿Se lo podré devolver en una sola vez? (NO), ¿en dos tal vez?, ¿...tres?.
Cuando J cogió su profundo sueño, me levanté. Salí al jardín con papel y bolígrafo en una mano y el móvil en la otra. Accedí a la app de mi banco y filtré. Visualicé un largo listado de recibos de dinero y lo sumé. El resultado ya lo he dicho.
En otro momento, seis meses atrás aproximadamente, y lo juro, estoy convencido que me hubiese horrorizado y echado a lamentarme. Reí. Reí mucho. Muchísimo. Cuando J se despertó fui a explicárselo como si de un chiste se tratase. Creo que por su mirada pensó que ya se me había ido del todo la cabeza. Él, otra vez como siempre, le quitó importancia a la cantidad y al tiempo. Insisto en que es la persona más maravillosa de la galaxia, no busquéis otra mejor porque no la vais a encontrar. Salimos de nuevo al jardín y seguimos con nuestros maravillosos días de verano.
Quiero decir que haberme leído este libro no me ha dado la clave de la riqueza; no la hay. Lo que sí me ha aportado es un montón de esperanza a mi futuro económico, a cómo administrarme a partir de ahora, qué no debo seguir practicando, cuánto desgaste debo soportar... Y un sin fin de recursos o, como él bien dice, educación financiera. El best seller inicia con la propia historia del autor a sus nueve años y viene a contar que desde nuestra niñez nos adoctrinan para sacarnos un grado, licenciatura, doctorado o cualquier otro tipo de estudio, pero no recibimos educación financiera para afrontar nuestra etapa adulta. A partir de aquí empieza a desarrollar una serie de tips para salirnos de lo que él llama la Carrera del hámster.
Asumo que, haciendo una autocrítica, no lo he bordado en cuanto a lo económico. Pero tras haber leído, según se dice, el manual número uno en finanzas, también debo reconocer que en los últimos tiempos no lo he estado haciendo tan mal por lo visto. Y ya no sólo porque mi situación financiera me lleve al "es lo que hay con lo cual no puedo gastar" sino porque sin haberme dado cuenta he ido saliendo de esa Carrera en cada una de mis decisiones. ¡Y yo sin saberlo!
Como decía, en otros momentos anteriores me hubiese derrumbado el simple hecho de pensar que debo abonar esa cifra y que por lo pronto no dispongo ni para empezar. Una vez finalizado el libro pienso que mi mente ha sabido reconducirme tanto en lo racional como en lo emocional. Y sí, por supuesto que debo asumir esa deuda y así será, pero también debo pagarme a mí mismo. Leedlo y sabréis qué significa.
¡Gracias, Robert Kiyosaki!
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